Nuevos vocablos
van y vienen. Algunos son ocurrencias banales que después de ponerse de moda,
rápidamente caen en el olvido. Pero he aquí un término que será difícil
olvidar: fracking. Desgraciadamente no es portador de buenas
noticias.
Muchos ingenieros
y especialistas en energía han sabido, desde hace mucho, que una gran cantidad
de gas natural se encuentra atrapado entre las láminas o capas en esquistos que
datan del periodo devónico (hace 400 a 360 millones de años).
A diferencia de
yacimientos tradicionales en los cuales el gas se concentra en bolsones más o
menos fáciles de explotar, el gas de los esquistos se encuentra disperso a lo
ancho y largo del espacio entre las hojas o escamas de estas rocas. El problema
es permitir el flujo de las pequeñas burbujas de gas atrapadas entre las
láminas para extraerlo.
La tecnología
utilizada para extraer el gas se denomina fracturación hidráulica y consiste en
romper roca para permitir el flujo del gas hasta donde puede ser recogido. El
desarrollo no convencional del gas de esquistos combina tres tecnologías.
Primero, la perforación direccional que usa sistemas para entrar en los
laterales de los esquistos situados a unos dos o tres kilómetros de
profundidad. Sólo la perforación direccional permite acceder a los espacios
entre estas láminas para preparar la extracción.
Segundo, la
disponibilidad de una gran capacidad de bombeo para inyectar enormes volúmenes
de líquidos a una enorme presión para fracturar la roca. El material inyectado
incluye arena porque sus granos mantienen abiertas las fracturas para permitir
el flujo del gas. El volumen de agua requerido por pozo fluctúa entre los 8 y
los 30 millones de litros, dependiendo de la geología. La presión requerida
puede alcanzar hasta las 10 mil libras por pulgada cuadrada.
La tercera
tecnología es un sistema para lubricar el líquido usado en la fractura
hidráulica. Como era necesario reducir la fricción del agua para poder
inyectarla a grandes volúmenes y fuerte presión en ductos que recorren enormes
distancias, se hizo indispensable encontrar los mejores lubricantes de líquido,
así como inhibidores de corrosión, estabilizadores y sustancias letales para
microbios. Algunas de estas sustancias son bien conocidos agentes carcinógenos.
La lista de sustancias es amplia y eso permite pensar en migraciones y
combinaciones químicas de mayor toxicidad.
El problema no
termina aquí. Aunque la mayor parte de estas sustancias es recuperada (y
supuestamente vuelta a utilizar), una vez terminada la perforación y extraído
el gas, existe el retroflujo del material inyectado que regresa a la superficie
con hidrocarburos líquidos como tolueno, xileno y etilbenceno. Todas estas
sustancias plantean un serio riesgo para los acuíferos que se sitúan por arriba
de la capa de esquistos.
En Estados Unidos
la cantidad de gas natural en esquistos ha sido presentada por Obama como una
reserva de energéticos equivalente a la que tiene Arabia Saudita de petróleo y
que aseguraría la independencia energética de Estados Unidos hasta por cien
años. Y al lobby de la industria del gas natural le encanta
señalar que este recurso reducirá las emisiones de gases de efecto invernadero.
La explotación a
escala comercial de gas de esquistos en Estados Unidos conlleva riesgos
ambientales y para la salud inaceptable. La contaminación de acuíferos debido
al fracking ya es una realidad en muchas regiones en Estados
Unidos. Lo que es importante considerar es el efecto acumulado del fracking,
sobre todo si se toma en cuenta que se necesitan cientos de miles de pozos para
desarrollar un yacimiento (se calcula que se necesitan más de 200 mil pozos en
el estado de Pensilvania para extraer el gas del esquisto de Marcellus que está
en su territorio).
Quizás lo más
importante es que el gas natural producido con fracking agrava
el problema del cambio climático. Primero porque a lo largo del ciclo de esta
operación se liberan grandes cantidades de metano. El gas natural es
primordialmente metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el
CO2. Las filtraciones de metano en la extracción, transporte y distribución de
gas natural son significativas. Este dato aislado ya debería provocar mayor
cautela. Segundo, el fracking hará más lenta, si no imposible,
la transición a fuentes renovables de energía al consolidar un perfil
energético basado en combustibles fósiles.
El gas de esquistos
existe en muchos países del mundo y ya hay una carrera para extraerlo. Inyectar
a la atmósfera el CO2 contenido en esos depósitos de gas en las próximas
décadas conducirá a un más intenso cambio climático. La temperatura global no
podrá mantenerse en el rango de lo que se considera razonable. Ahora que se
lleva a cabo la conferencia de Doha sobre cambio climático (COP18) es
importante tomar conciencia que el fracking será el tiro de
gracia para las esperanzas de construir un régimen sobre cambio climático. Es
indispensable un cambio radical en política energética para dejar ese recurso
en el subsuelo.
Por Alejandro Nadal
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