Cada día las topadoras que amontonan la basura en los
vertederos de Buenos Aires paran durante una hora, entre las 17 y las 18, para
permitir el cirujeo. Durante esos sesenta minutos miles de personas rescatan
del pajar de residuos lo que pueda convertirse en plata. Todo lo demás, útil o
inútil, valorizable o desechable, se mezcla y se entierra. Millones de
toneladas de materiales quedarán ahí, bajo tierra, pudriéndose durante más
tiempo del que podamos imaginar. Arqueología del futuro, donde el plástico dura
más que un amor eterno.
El ritual comenzó en 2004, poco después de que las máquinas
se tragaran a Diego Duarte, un pibe de 15 años que hurgaba en la montaña de
desechos.
Desde la reglamentación de la Ley Basura Cero para Buenos
Aires, en mayo de 2007, se duplicó la cantidad de residuos que se entierran en
el Centro de Disposición Final (CDF) Norte III de José León Suárez.
Los desperdicios superaron hace rato la capacidad de los complejos ambientales
Norte I y II y, con sólo un 20% de su superficie aún disponible, el relleno
está a punto de colapsar. Dos camiones de vertido ingresan por minuto. Varias
plantas sociales de “reciclaje”, un centro de tratamiento
mecánico biológico y otros elementos aptos para la venta en la industria de la
reutilización; una “región” entera dedicada al tratamiento de desechos, que
convierte a San Martín en una auténtica “ciudad de la basura”, como la bautizó
su intendente Daniel Ivoskus.
A pocos kilómetros, siguen funcionando al límite
los rellenos sanitarios de González Catán y Ensenada, que reciben la basura de
la zona oeste y de La Plata. El tradicional vertedero de Villa Domínico, que
durante 26 años sirvió a la Capital, cesó su funcionamiento en 2004, después de
varias prórrogas de su vida útil y un larguísimo conflicto social.
En total, hay 600 hectáreas dedicadas a absorber los más de
seis millones de toneladas anuales de basura que produce el Área Metropolitana
de Buenos Aires, aproximadamente 16.000 toneladas diarias, casi la mitad
procedente de Capital Federal. Se precisa algo más que buenos deseos para
convencer a los municipios del conurbano de la ubicación de nuevas instalaciones.
Intervención presidencial mediante, la apuesta consiste en
inaugurar el Complejo Norte IV, de 140 hectáreas, en los terrenos de Campo de
Mayo. Gozaríamos así de una nueva tregua para seguir disfrutando los altos
niveles de consumo masivo. La basura es el espejo en el que odiamos mirarnos,
aunque somos su origen. La publicidad que gobierna conductas y la pulsión que
fagocita mercancías generan esas bolsas de residuos que queremos sacarnos de
encima en cuestión de segundos. Si hay consumo hay basura, y botín para
repartir.
Remanente de una manera de entender el mundo, secreción de
cierto vínculo con el entorno y con la naturaleza, esa inmensa cantidad de
desperdicios exige repensar el modo de acumulación, entre lo hogareño y lo
urbano, entre los centros de consumo y la periferia del descarte. El consumismo
celebrado por la biblia del desarrollo implica la anulación de las preguntas
por el origen de los productos (transgénicos, corporativos, en base a la
explotación laboral salvaje), y por el destino de los restos diurnos del
banquete.
Según la CEAMSE en el Gran Buenos Aires existen al menos
cien enclaves de más de cuatro hectáreas que se consideran basurales a
cielo abierto (“ilegales” o “clandestinos”). La mayoría está en Matanza,
Quilmes y Lomas de Zamora. La cifra se multiplica, hasta llegar a los 600
sumideros, si consideramos también los de menor tamaño. Una geografía taponada
de conflictos ambientales latentes, que se escurren entre poco eficaces debates
técnicos. El vertedero es un territorio vivo por el número de actores que lo
transitan, y porque pronto la infamia de sus olores dará paso a una nueva
reserva estratégica de suelo urbano, previo paso por la industria
del marketing sostenible y su pluralidad de eufemismos, funcionales a
la deriva del capitalismo verde (regeneración, recuperación, complejo
ambiental, parque de reciclaje, etcétera).
Si pensamos que “basura” son todos aquellos residuos,
ineludibles y desaprovechados, que generan los procesos económicos
contemporáneos, podríamos usar el término “territorio basura” para referirnos a
algo más que los “vertederos” y “rellenos sanitarios”. La zona sur de la ciudad
de Buenos Aires, para no ir tan lejos: una sumatoria de espacios residuales
motivados por “el desarrollo”, baldíos en barbecho, campos deportivos,
incluyendo alguno de golf, cierto autódromo completamente obsoleto, una central
de camiones de recolección de basuras, el cementerio judicial de autos, enormes
avenidas donde cartoneros hacen tratamiento de residuos a cielo abierto, la
mayor concentración de villas de la ciudad, coronado por dos gigantescos
residuos: el Parque de la Ciudad y el milagro de una “reserva ecológica” en el
lugar donde alguna vez se proyectó una escombrera.
La treta de esconder basura debajo de la alfombra, ese lugar
común que nos atraviesa, se acerca a su fin.
Referencia: http://www.revistacrisis.com.ar
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