Hace más de diez mil años que el ser humano juega con la genética de los seres vivos, especialmente la de aquellos con los que se alimenta: el cruce y la selección de individuos han sido y son prácticas habituales en la agricultura y la ganadería desde que éstas existen. El resultado es una innumerable variedad de organismos genéticamente modificados (OGM), adaptados al entorno y a las necesidades biológicas y culturales de aquellos grupos humanos que provocaron su modificación.
Como la mayoría de las actividades del ser humano, durante el siglo pasado se fue mejorando una técnica específica que permitía aplicar los nuevos conocimientos científicos y avances tecnológicos a aquella actividad ancestral: la transgenia es un proceso que incorpora secuencias de ADN propias de una planta o animal al material genético de un organismo, adaptando sus características mediante técnicas de ingeniería genética. De esta manera, puede decirse que todos los transgénicos son OGM (Organismos genéticamente modificados) aunque, por el contrario, no todos los OGM son transgénicos.
Argumentos a favor y en contra.
La paulatina implantación de la transgenia ha venido acompañada de un amplio debate provocado por el rechazo social cristalizado en organizaciones no gubernamentales, grupos ecologistas, colectivos de consumo y parte de la comunidad política y científica.
Quienes defienden el uso de los organismos transgénicos arguyen que pueden mejorarse las proporciones nutritivas de los alimentos, su durabilidad e incluso sus características organolépticas. Defienden además que aumentar la resistencia de determinados cultivos a las inclemencias del tiempo o a los efectos de plagas y enfermedades, supone una mejora en la producción y una disminución del uso de productos químicos y, por tanto, de la exposición de las personas a éstos. Por fin, indican que los productos transgénicos están sometidos a un alto número de controles que garantizan su inocuidad y su seguridad.
Por su parte, quienes se muestran contrarios a la implantación de estos organismos, defienden que si los transgénicos son más rentables económicamente, las variedades tradicionales corren el peligro de ir desapareciendo, perdiéndose parte de la biodiversidad del planeta y poniendo en riesgo la supervivencia del resto de seres vivos. Argumentan además que los genes modificados pueden ir transmitiéndose de manera incontrolada a otros organismos, provocando una “contaminación” genética de consecuencias absolutamente desconocidas. En la misma línea, mantienen que los riesgos de la transgenia no pueden estudiarse en un laboratorio, porque las implicaciones que pueden tener para las personas y el resto de seres vivos son imprevisibles cuando su estudio trasciende las paredes de aquél.
La práctica de la transgenia.
Pero como las palabras se las lleva el viento, nada puede darnos una perspectiva más esclarecedora del asunto que acercarnos a las prácticas habituales en transgenia. Y en este sentido merece la pena destacar dos observaciones. La primera hace referencia a los cereales transgénicos comercializados en la Unión Europea (Ortuño, 2005): Y la segunda, al porqué de los argumentos de Monsanto para defender el uso de sus productos (Latouche, 2009):
Un antiguo ministro de Medio Ambiente, buen conocedor del sistema, nos aporta una ilustración relevante que nos excusamos de citar en su integridad: “Monsanto aspira en realidad a lo que, en el lenguaje interno, se llamaría la biotech acceptance, la aceptación de los OGM por la sociedad. La firma confió a Wirthlin Worlwide, especialista mundial de la comunicación de empresa, la labor de `encontrar los mecanismos y las herramientas que ayudasen a Monsanto a persuadir a los consumidores por medio de la razón, y a motivarlos por medio de la emoción´. Esta iniciativa -oportunamente bautizada con el nombre de Proyecto Vista- estaba basada en `la detección de sistemas de valor de los consumidores´. Se trataba de establecer a partir de estos datos `una cartografía de las maneras de pensar, con cuatro niveles […]: las ideas preconcebidas, los hechos, los sentimientos y los valores. En los Estados Unidos, los resultados de este estudio condujeron a establecer los mensajes que repercuten en el gran público estadounidense, a saber, la importancia del argumento a favor de los transgénicos: menos pesticidas en sus platos´.”. “Desde entonces, los mensajes se concentran en tres temas principales: los transgénicos permitirían suprimir los pesticidas y nos dotarían de alimentos sanos. Los transgénicos preservarían la calidad de los suelos y la biodiversidad. Los transgénicos estarían concebidos para adaptarse a zonas salinas o áridas: responderían a la sequía en el tercer mundo y se adaptarían a los cambios climáticos. En Francia, esos eslóganes los difunde la asociación Deba por medio de folletos en las escuelas y salas de espera de los médicos”.
Si se tiene en cuenta que las compañías expuestas modifican las semillas para mejorar la comercialización de otros subproductos de la propia empresa (generalmente pesticidas), las conclusiones son claras: cualquier argumentación filantrópica o de carácter ecológico que puedan defender quienes están vinculados al mundo de la transgenia, no son más que estrategias comerciales para maximizar la venta en el mercado, no de aquellos organismos transgénicos que puedan tener cierto interés universal, sino los que producen beneficios a las empresas que los comercializan.
La perspectiva antropológica.
Las consecuencias de esta manera de introducir los organismos transgénicos en los circuitos agrícolas y alimenticios no alcanzan sólo a lo estrictamente ecológico, sino que pueden apreciarse también en los modelos de organización social y de legitimación de las estructuras de dominación.
No puede dejar de tenerse en cuenta que el mantenimiento de la biodiversidad es una garantía de supervivencia del grupo humano y de su ecosistema, y que la interacción de aquél con animales y plantas forma parte de un círculo que se retroalimenta de manera continuada y que se halla en permanente cambio: la selección de lo que transforma y se domestica ha estado tradicionalmente en manos de los grupos humanos locales en función de los procesos propios de información, comunicación y toma de decisiones.
Por este motivo es importante señalar que la introducción de organismos transgénicos, más allá del discurso de “conservación de lo tradicional”, tiene consecuencias para millones de personas que dependen del cultivo de variedades locales para su supervivencia, y que ven como las decisiones fundamentales para su adaptación al entorno son tomadas en centros políticos y económicos ajenos y lejanos, perdiendo capacidad de innovación y decisión. Si la modificación genética no responde a un experimento de adaptación local y ha de hacerse con tecnología avanzada en un laboratorio, ¿quién se beneficia del proceso?
Por otro lado, en lo referente a los y las consumidoras, es importante tener en cuenta el alcance de su libertad de decisión, que sólo está garantizada mediante las normas que obligan -al menos en la Unión Europea- a etiquetar cualquier producto que contenga más del 0,9% de sustancias derivadas de organismos transgénicos. En este caso la cuestión más acuciante es que la creciente implantación de los organismos transgénicos y la “contaminación genética” de las explotaciones agrarias y ganaderas y de la naturaleza silvestre van a hacer muy difícil, si no imposible, el acceso a productos y recursos no transgénicos, reduciendo toda posibilidad de decisión sólo a unos u otros productos derivados de transgénicos, sin posibilidad práctica de elegir productos “libres de transgénicos”.
Conclusiones.
El debate sobre los transgénicos es un debate que trasciende cualquier criterio medioambiental y que está manipulado por los grupos de interés relacionados con la producción y distribución de productos transgénicos.
Un posicionamiento coherente en este debate exige profundizar en cuestiones como el equilibrio de la biodiversidad en el planeta y la supervivencia de nuestra especie en escenarios “transgénicos” futuros. Tampoco puede dejarse de lado la cuestión de la legitimidad de los principios y las actividades de las grandes multinacionales vinculadas a la transgenia y con capacidad (fuerza y recursos) para incidir en los organismos de decisión políticos y económicos; organismos que, dicho sea de paso, también pueden ver mermada su legitimidad.
En cualquier caso, parece fundamental poner encima de la mesa la reivindicación de la soberanía de los pueblos y las personas sobre sus territorios, sus recursos y sobre su alimentación.
Referencias.
Grupo ETC (2008): ¿De quién es la naturaleza? El poder corporativo y la frontera final en la mercantilización de la vida. Grupo ETC. Ottawa.
Koons García, Deborah (2004): ¿Qué hay de comer? (The future of food). Roco Films International. Sausalito.
Latouche, Serge (2009): La apuesta por el decrecimiento. Icaria. Barcelona.
Lazos Chavero, Elena (2008): La invención de los transgénicos: ¿nuevas relaciones entre naturaleza y cultura? UNAM. México.
Ortuño Sánchez, Manuel Francisco (2005): La cara oculta de alimentos y cosméticos. Aiyana. Murcia.
Este escrito está firmado por Moisés Rubio Rosendo.
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