(Publicada por el Papa FRANCISCO, SOBRE EL CUIDADO DE LA
CASA COMÚN referidos al modelo agrícola con uso de agrotóxicos y a la energía
nuclear.)
“Existen formas de contaminación que afectan cotidianamente
a las personas. La exposición a los contaminantes atmosféricos produce un
amplio espectro de efectos sobre la salud, especialmente de los más pobres,
provocando millones de muertes prematuras. Se enferman, por ejemplo, a causa de
la inhalación de elevados niveles de humo que procede de los combustibles que
utilizan para cocinar o para calentarse. A ello se suma la contaminación que
afecta a todos, debida al transporte, al humo de la industria, a los depósitos
de sustancias que contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, a los
fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos
en general. La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única
solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las
múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un
problema creando otros”.
“Tanto los residuos industriales como los productos químicos
utilizados en las ciudades y en el agro pueden producir un efecto de bioacumulación
en los organismos de los pobladores de zonas cercanas, que ocurre aun cuando el
nivel de presencia de un elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se
toman medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud
de las personas”.
“…muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su
desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que
posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables
los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que este
nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica
y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo
de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De este
modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e
irrecuperable, por otra creada por nosotros”.
“La expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el
complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y
afecta el presente y el futuro de las economías regionales. En varios países se
advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la producción de granos
y de otros productos necesarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si
se piensa en la producción de granos estériles que terminaría obligando a los
campesinos a comprarlos a las empresas productoras”.
“Sin duda hace falta una atención constante, que lleve a
considerar todos los aspectos éticos implicados. Para eso hay que asegurar una
discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar
toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre. A veces
no se pone sobre la mesa la totalidad de la información, que se selecciona de
acuerdo con los propios intereses, sean políticos, económicos o ideológicos.
Esto vuelve difícil desarrollar un juicio equilibrado y prudente sobre las
diversas cuestiones, considerando todas las variables atinentes. Es preciso
contar con espacios de discusión donde todos aquellos que de algún modo se
pudieran ver directa o indirectamente afectados (agricultores, consumidores,
autoridades, científicos, semilleras, poblaciones vecinas a los campos
fumigados y otros) puedan exponer sus problemáticas o acceder a información
amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al bien común presente y
futuro. Es una cuestión ambiental de carácter complejo, por lo cual su
tratamiento exige una mirada integral de todos sus aspectos, y esto requeriría
al menos un mayor esfuerzo para financiar diversas líneas de investigación
libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz”.
“Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que
afecten al bien común presente y futuro, esta situación exige «que las
decisiones se basen en una comparación entre los riesgos y los beneficios
hipotéticos que comporta cada decisión alternativa posible». Esto vale sobre
todo si un proyecto puede producir un incremento de utilización de recursos
naturales, de emisiones o vertidos, de generación de residuos, o una
modificación significativa en el paisaje, en el hábitat de especies protegidas
o en un espacio público. Algunos proyectos, no suficientemente analizados,
pueden afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido a cuestiones
tan diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista, la reducción
de la amplitud visual, la pérdida de valores culturales, los efectos del uso de
energía nuclear. La cultura consumista, que da prioridad al corto plazo y al
interés privado, puede alentar trámites demasiado rápidos o consentir el
ocultamiento de información. En toda discusión acerca de un emprendimiento, una
serie de preguntas deberían plantearse en orden a discernir si aportará a un
verdadero desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué
manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos
y cómo lo hará? En este examen hay cuestiones que deben tener prioridad. Por
ejemplo, sabemos que el agua es un recurso escaso e indispensable y es un
derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos. Eso
es indudable y supera todo análisis de impacto ambiental de una región.
En la
Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de daño grave
o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse
como razón para postergar la adopción de medidas eficaces» que impidan la
degradación del medio ambiente. Este principio precautorio permite la
protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y
para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un
daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible,
cualquier proyecto debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de
la prueba, ya que en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y
contundente de que la actividad propuesta no va a generar daños graves al
ambiente o a quienes lo habitan. Esto no
implica oponerse a cualquier innovación tecnológica que permita mejorar la
calidad de vida de una población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la
rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en cuenta y que, en el
momento en que aparezcan nuevos elementos de juicio a partir de la evolución de
la información, debería haber una nueva evaluación con participación de todas
las partes interesadas. El resultado de la discusión podría ser la decisión de
no avanzar en un proyecto, pero también podría ser su modificación o el
desarrollo de propuestas alternativas”.
Vaticano, 18 de junio 2015
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