Los humanos sabemos
más de la superficie de Marte que de las profundidades del océano, y hoy un ser
microscópico nos lo vuelve a dejar meridiano. Un barco de exploración
científica ha encontrado en el fondo del Ártico unos microbios que permiten
aclarar cómo, hace más de 2.000 millones de años, una célula solitaria y
primitiva dio lugar a la espectacular orgía de vida compleja que abarca a humanos,
animales, plantas y hongos.
Los nuevos organismos han sido bautizados como lokiarqueas,
un término que probablemente abarca a varias especies hasta ahora desconocidas.
Su material genético se ha encontrado a 3.283 metros de profundidad, cerca de unas
chimeneas hidrotermales entre Noruega y Groenlandia conocidas como el Castillo
de Loki, el misterioso dios nórdico. Sus descubridores creen que son el puente
entre la vida celular más sencilla, los procariotas, y el resto de seres vivos,
los eucariotas.
Usted y todos los seres vivos que puede ver a su alrededor
son miembros del gran imperio eucariota. Toda forma de vida cuyas células
tienen un núcleo diferenciado para guardar el ADN, un citoesqueleto bien
desarrollado y orgánulos que las mantienen vivas es un eucariota.
Las arqueas componen otro dominio fundamental de la vida más
desconocido. No tienen núcleo celular, pero sí rasgos genéticos que las acercan
a nosotros y las alejan de las bacterias y otros procariotas. Los primeros
fósiles de procariotas datan de hace unos 3.500 millones de años. Unos 1.500
millones de años después, en una Tierra irreconocible, evolucionaron las
primeras células eucariotas que sustentaron una incomparable proliferación de
nuevos seres vivos. Cómo sucedió es un misterio que varias hipótesis científicas
compiten por explicar.
Las lokiarqueas pueden ser la respuesta. "Parecen
descendientes directos de nuestro ancestro microbio”, explica a Materia Thijs
Ettema, uno de sus descubridores. "Nuestro hallazgo nos acerca un poco más
a poder responder la eterna pregunta, ¿de dónde venimos?".
Solo el 1% de todos los microorganismos que habitan la
Tierra se pueden criar en el laboratorio y estas nuevas arqueas no son una
excepción. Ettema, de la Universidad de Uppsala (Suecia), y el resto de su
equipo, han podido identificarlas y estudiarlas gracias a una técnica, la
metagenómica, que identifica el código de barras genético de cada ser vivo de
entre los sedimentos marinos y luego intenta recomponer el resto de su genoma.
Años para
reproducirse
Según el trabajo, publicado en Nature, las arqueas de Loki
son los microbios sin núcleo más parecidos a nuestras propias células
eucariotas, de las que parecen “hermanas” en términos filogenéticos. Su genoma
es mucho más evolucionado de lo esperado y contiene “unos 100 genes eucariotas”
relacionados con aspectos fundamentales de este grupo, según Ettema. Algunos de
estos genes producen actina, “una proteína que indica que el ancestro de los
eucariotas tenía ya un citoesqueleto dinámico y tal vez un mecanismo primitivo
de fagocitosis”, explica este microbiólogo. Esto es un dato clave, pues
explicaría cómo apareció la mitocondria, el orgánulo que proporciona energía a
todas nuestras células, cuando nuestro antepasado arquea se tragó una bacteria
primitiva.
Una de las encendidas polémicas que rodea esta etapa fundamental
de la vida en la Tierra es si los eucariotas evolucionaron de los procariotas
antes o después de la aparición de las arqueas. El nuevo trabajo dibuja un
árbol de la vida con dos ramas principales (arqueas y resto de procariotas) con
los eucariotas surgiendo de la primera hace más de 2.000 millones de años. Las
lokiarqueas son descendientes directos de ese ancestro común del que hablaba
Ettema.
Tal vez lo más frustrante de este descubrimiento
es que no sabemos qué aspecto tienen las arqueas de Loki. El estudio no se basa
en el organismo en sí, sino en sus genes y proteínas. El nuevo objetivo de
Ettema será sacar a estos microbios del fondo del mar y estudiarlos bajo el
microscopio, lo que ofrece una doble dificultad. Primero, estas arqueas están tan
esparcidas en el tenebroso y gélido fondo marino dada la escasez de nutrientes
que las muestras recogidas por los barcos contienen muy pocas. Segundo, su
ritmo de división celular es extremadamente lento, puede llevar años, y eso si
hay suerte y los científicos adivinan de qué se alimentan. Por eso, al mismo
tiempo, van a seguir secuenciando el metagenoma de las profundidades en busca
de nuevas especies que aclaren cómo la unión entre los dos grandes imperios
procariotas dieron lugar a un tercero, el nuestro.
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