sábado, 20 de septiembre de 2008

La Sed.

La sed como su hermana mayor, el hambre, tiene la paciencia del viento. Es un huracán silencioso que sopla ahí donde lo mandan o donde lo dejan soplar. Crecer y vivir sin agua potable convierte a los hombres en llagas ambulantes.
En Argentina, donde existen algunas de las reservas acuíferas más importantes del planeta, las imprevisiones, los olvidos, el desmonte y el mal manejo del suelo, hacen que en algunas provincias la vida sea irrespirable.

En Santiago del Estero, Chaco y el norte de Santa Fe las escuelas y los pueblos enflaquecen y se secan y, al fin, desaparecen como si sólo hubiesen sido espejismos en el polvo. Todos los que pueden escapan del infierno. Los subsaharianos suben a los botes y se lanzan al mar, ese desierto líquido que entra en ellos sólo para devorarlos antes de que lleguen a los campos de prisioneros que los esperan en Europa. Nuestros compatriotas del norte suben a los camiones y a los trenes, ahí donde todavía pasa alguno, y vienen a asentarse en los alrededores de las grandes ciudades para disfrutar del paraíso: La mugre de los otros y una canilla de donde a veces se escapa algún suspiro.

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